IMPRESOS EN TRES COLORES …. SOLD OUT MOON

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IMPRESOS EN TRES COLORES …. SOLD OUT MOON

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“Luego de estar a la venta pocas semanas, ya no quedan localidades para los dos recitales que el músico dará en en Luna Park, el 30 y 31 de mayo. ¡Tremendo!”

“Además, en los próximos días se pondrán en venta las entradas para los recitales que Andrés hará a fin de año en el Club Ciudad de Buenos Aires-el 12 de diciembre- y en la ciudad de Córdoba, el 10 de diciembre.”

Next Stop : el templo del boxeo … el primero te lo regalan , el segundo te lo venden, y el tercero (dog mediante) sera en diciembre, nuestra habitual encuentro de finales de año y bajo el cielo porteño.

Nos vamos de MAD con tristeza, pero nos vamos para volver volver y volver !

un fuerte abrazo a las ciudadanos ilustres con medalla de oro : Sabina, el siete Raul y Jose Tomas , sin dudas tres orgullos que dignifican la psiquis y el latido del pueblo.

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Mónica Maristain
El Universal
Miércoles 20 de mayo de 2009
monica.maristain@eluniversal.com.mx

Quién sabe si Andrés Calamaro (Buenos Aires, 22 de agosto de 1961) quiso a lo largo de su vida convertirse en un filósofo, pero su vastísima discografía (aproximadamente unos 30 discos sin contar las múltiples colaboraciones en discos de otros artistas) es firme espejo evolutivo de un pensamiento en torno a algunas cosas que suelen importarnos a los habitantes de esta parte del mundo: la latinidad, las drogas y la libertad.

Sobre todo, encima de todo, la libertad. Libre para ser un pez que nada contra corriente, es verdad (certificado de ello son sus cinco discos El salmón), pero libre también para arrastrar, en ese nado sincopado, demencial a veces y de nivel olímpico otras, todas y cada una de sus cadenas.

Como aquel que se fugara con la soga al cuello o con la pesa en el tobillo, jamás ha salido por la boca del túnel sin cargar, con las manos ensangrentadas, los ojos tiesos o el andar tembloroso, los baúles de su propia historia, los souvenires de sus personas amadas, las memorabilias de aquellos que lo hicieron “rockero, ricotero y rioplatense”.

Es probable que Calamaro nunca se propusiera ser un periodista, pero sus brazadas en el mar de excrementos donde germinan las flores de un país como Argentina han dejado frases memorables que identifican con una claridad lacerante cada momento social y político de su país de origen.

De sociedad, él, honesto brutal, también conoce y aunque nunca pasó por la universidad para hacerse sociólogo, en “Vigilante medio argentino” delinea como nadie el claro perímetro del clasemediero nacional, una categoría casi racial que en el país sudamericano ha definido, para bien y para mal, el desarrollo de la historia.

Calamaro ha sabido también —y tan bien— transmitir el perfume de los días negros de la cruenta dictadura militar, en medio de cuyo clima de terror él fue niño primero y adolescente después. No sabemos si el creador de “Mil horas” y “Sin gamulán” pretendió alguna vez ser un artista pop, pero muchas veces sus temas estuvieron en la punta del hit parade y a la hora de contar los billetes, innúmeras cajas registradoras de la Warner tocaron una sinfonía en honor de sus canciones.

¿Habrá intentado la poesía? Sus temas “Media verónica” o “Sin documentos” , entre tantos otros, poseen altura lírica y en aquello de vivir lo que se escribe, ha dejado alma y cuerpo, con voluntad maiakovskiana (por Vladimir, el gran poeta ruso) en muchos de sus versos. No es poca verdad: los afiliados a su club adivinan las gotitas de sangre , las lágrimas doradas, los gritos sordos, los zapatos de hormigón y las tristes sombras entre los pliegues de sus melodías.

¿Cinceló entre el dolor y la gloria esa indómita coherencia de las contradicciones? La inteligencia práctica le ha permitido al niño que no le “interesaba la pelota”, construir sagrados himnos de tablón futbolero, al tiempo que homenajear en una canción ya clásica a su gran amigo Diego Maradona.

En la entrevista otorgada a la revista Día Siete a principios de julio de 2008, afirmó en forma tajante que los argentinos “no somos un pueblo responsable y tenemos el espíritu patriótico definido por el futbol.”

El buen humor es una virtud un tanto ausente en su carácter. Para decirlo en buen romance: se relaja poco y su atribulada pasión guerrera hace nido en todas las batallas, en todas las peleas. Tanto así que a veces no sorprende verlo como el Ironman de Robert Downey Junior: sin guantes de boxeo, enfrentando al monstruo, en el medio del ring.

Quizás esta persistente actitud de gallo cocorito, de culo apretado y mentón al frente, se le vaya disolviendo con el transcurrir del tiempo, pero hay que decir en su descargo que no le ha resultado fácil transmitir su discurso en medio de las hordas opinantes que quisieron aturdir el fluir de su obra.

Es artista de potrero, de eso no hay dudas, un callejero que toca el timbre y sale corriendo, el típico marranito que levanta la falda a las muchachas y luego pone cara de “yo no fui”, ejercitante saboteador de museos y fiestas patrias, niño que se sube a la azotea con sus compañeros dispuesto a dirigir las maniobras de la travesura próxima. Con esas cualidades no se construye una leyenda, está clarísimo. Acaso se combate, con armas prodigiosas, el monstruo del aburrimiento.

Ni los muchos que a lo largo de estos años lo han seguido con fervor futbolero ni aquellos que lo han despedazado a mansalva supieron justipreciar su obra vasta y necesaria.

Incluso cuando la irrefutable inserción popular de sus melodías obligó a artículos laudatorios, la frecuente cita a sus asuntos personales despedía un tufo a menosprecio que daba náuseas. Como si en el canto sublime de Camarón de la Isla tuviera algún peso su desgraciada adicción a la heroína, como si escuchar a Gardel fuera oír sus batallas perdidas en contra de la compulsión por la comida, como si en la célebre escena de la despedida en Casablanca, recordáramos las altas plataformas que calzaba Humphrey Bogart para no quedar tan chaparro al lado de Ingrid Bergman.

Entre todas las cosas que Andrés Calamaro no quiso ser, se destaca aquella por la que siempre se distinguió y a la que se entregó con vocación de acero. Él es un cantante, un cantor popular.

Con convicción tolstoiana, la pintura de su aldea le ha permitido hablar del universo y lo ha convertido en un hacedor de canciones inolvidables y eternas. Aleluya.