Hoy me quedo con Habermas (Teódulo López Meléndez)
Lunes, 30 de agosto de 2010
Dos fuerzas cualesquiera, desiguales, constituyen un cuerpo a partir del momento en que entran en relación. (…) En un cuerpo, las fuerzas dominantes o superiores se llaman activas, las fuerzas dominadas, reactivas.
Gilles Deleuze, Nietzsche y la Filosofía
Las fuerzas que se enfrentan son como la uña y la carne. Tal como lo dice Deleuze –quien no tiene nada que ver con Andrés Calamaro- conforman una unidad de acción y reacción, lo que comienza a explicarnos la triste historia de la cándida Eréndida y de su abuela desalmada. Jürgen Habermas nos ha dicho que todo sistema discursivo está de hecho distorsionado, fundamentalmente por la influencia del poder político. De esta manera la forma como habla ese poder se introduce en nuestro lenguaje cotidiano en tal manera que las barbaridades nos parecen sujetas estrictamente a la normalidad y nos asemejan a un hecho de justeza.
Quizás ahora comenzamos a entender la referencia a Calamaro, un excéntrico cantante que mandó a meterse los 140 caracteres de Twitter por donde ustedes se imaginan. Es que allí se encuentra con una repetición turbadora los lugares comunes que se han posesionado y que implican el desprecio por las ideas y por quienes las tienen. De allí he decidido quedarme hoy con Habermas, para perturbar a los inquietantes enemigos del pensamiento, a los aturdidos que hablan sin saber que conforman un mismo cuerpo con aquello que dicen combatir.
Citar a Habermas junto a Calamaro, e incluir en el paquete a Deleuze, es un pequeño ejercicio para la visión binocular de un país atarantado, puesto que esta intercomunicación distorsionada que nos muestra el maestro suizo desbarata los restos de racionalidad que uno podría suponer aún entre tanto repetidor de la normativa impuesta por la parte dominante del cuerpo.
Se trata de una formación ideológica que se clausura, que se cierra sobre sí misma, imposibilitando de ese modo la existencia de toda posición “exterior” a ella. El “universo del discurso” se percibe y funciona entonces como efectivamente universal: fuera de ese “universo” no hay nada, solo vacío. Adviene, entonces, el comportamiento neurótico de un cuerpo social que parece impedido de encontrar su propia formación y sus propios órganos exteriores. Se alimenta de las ilusiones y se solaza en límites que harían apelar a Freud, sólo que podría romperse el saco si lo incluyésemos, saco ya lleno con Habermas, Calamaro y Deleuze.
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