BOHEMIO
Dentro de una canción, la vida
Artista indomable e irrepetible personaje, Andrés Calamaro es sin duda uno de los creadores esenciales de la música popular en español, desde los tiempos en Los Rodríguez y su posterior encumbramiento con álbumes en solitario tan recordados como Honestidad Brutal, cuyo estilo de rock directo y eléctrico parece evocar en esta nueva entrega, Bohemio. El tema titular del mismo propone que ‘’bohemio es en la sombra encontrarle el sentido a las cosas’’. Y a eso se aplica con apasionante diligencia el artista rioplatense.
El pasado queda atrás, cercado, metabolizado en Bohemio, que respira medios tiempos rock de afilada sensibilidad e inspirada contención. Media hora larga de verdades como puñales, empecinamientos y honduras, cuando necesitó día y medio para capturar río arriba a su alterego El Salmón. ¿Se deberá a que estos tiempos de caos virtual y gratis absoluto llaman a la precisión quirúrgica? ¿O quizás la razón debamos buscarla en una reválida que el intérprete se autoimpone para tomar aire y encarar el fututo con clarividencia? Bohemio suena a operación a corazón abierto autopracticada con saña lúdica y economía expresiva. Se aprecia ya desde un primer single en proyección piramidal, «Cuando No Estás», que arranca en aquejado susurro y ascenderá hasta el himno desaforado. La soledad es mala consejera, sugiere Andrés, pero la ausencia no siempre es el olvido, puede también ser la regeneración. Y tiene razón.
Bohemio se inicia con una despedida, y el detalle resulta revelador. Calamaro dice adiós a su maestro, el músico argentino Luis Alberto Spinetta, referente en aquella escena, con quien colaboró en los 80. En «Belgrano», como el barrio bonaerense, se pregunta lo que nos preguntamos todos, qué pasará por la mente en los instantes en que el organismo se apaga y desciende definitivamente el telón. Más adelante, habrá otras ráfagas de mortalidad asumida; la única posible, claro. En «Nacimos para Correr», que de Springsteen toma solo el título, afirma: ‘’No quiero saber cómo voy a terminar, prefiero que ocurra y nada más’’. Nos queda sin embargo la victoria pírrica del artista —Calamaro lo es desde la cuna: compositor, multiinstrumentista, intérprete, productor— que se resume en ‘’y cada vez que suene mi canción voy a volver a nacer otra vez’’. No hay duda de ello, ¿o acaso han muerto Gardel, Sinatra, Lennon, Camarón? Y, en la conciliadora pero menos «Tantas Veces», vuelve el azar que todo lo domina pese a nuestros vanos intentos por racionalizarlo: ‘’No puedo evitar la suerte, como no puedo evitar vivir’’. ¿Le llegó tal vez a Calamaro el tiempo de hacer balance?
No del todo. Y, aunque Bohemio podría verse de refilón como su Blood on the Tracks, hay en estos surcos un equilibrio entre la disculpa y la tozudez que no se daba en aquel inagotable álbum de Dylan. ‘’Dicen que cuando hay amor, no hace falta pedir perdón, pero yo ya pedí perdón tantas veces’’, canta en, valga la redundancia, «Tantas Veces». Y lo rubrica repitiendo esos versos iniciales como abrupto final del tema, en imprevista suspensión retórica. También se advierte doble filo en ese amanecer que se nos escapa a diario para quizás regresar mañana, atrapado en «Plástico Fino» y su guiño a Radio Futura, donde el noctámbulo saluda el día a sabiendas de que las primeras luces no solo anuncian el ciclo de la naturaleza que nos sirve de eje existencial, vislumbran también un ‘’futuro lleno de conflictos’’ y ‘’problemas que me van a separar del mundo’’. La conclusión, asumida con esa libertad que nunca llega gratuita ni liviana —lo sabe bien Calamaro— es que no habrá escapatoria, y por ello se promete a si mismo ‘’tomarme con calma lo que haga falta tomarme, aunque me traten de reventado y egoísta’’.
Bohemio es el álbum a escala tangiblemente humana de Calamaro. Distanciándose de aspavientos y proclamas, aparcando boleros y tangos, el músico que nunca perdió la noción de lo que es La Lengua Popular —ajena a sectarismos y esnobismos, devota del gran público de habla hispana a ambos lados del charco— se nos aparece tal y como es. Sin duda el respaldo del productor y bajista Cachorro López habrá tenido que ver en esta sentida elocuencia, esta naturalidad sin anteojos sombreados. Viejo conocido desde los tiempos de Los Abuelos de la Nada, Cachorro dirige un espléndido conjunto de fluida densidad propulsado por dilecta sección rítmica, donde los teclados se empastan con guitarras acústicas y eléctricas, despuntando por encima de todo la voz, que aquí es una vez más lo principal. Y, pese al autorretrato circunstancial en clave menor, no faltan los cánticos marca de la casa, como «Rehenes», ni el rock con mucho ‘’roll’’, caso de «Doce Pasos», en referencia a los programas de desintoxicación. Afirma Andrés que vuelve a estar enamorado y, no nos engañemos, esa fue siempre su mayor adicción.
Ya lo apunta, filósofo, en el primer corte: ‘’Si sabemos que nacemos condenados, ¿por qué somos tan sensibles al amor?’’. La respuesta en estos diez nuevos temas de un Calamaro de frente, reflexivo, bravo, conciliador, adherente, sincero.
Ignacio Julià