La última tarde que pasé contigo x Carmen Rigalt

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La última tarde que pasé contigo x Carmen Rigalt

No todos los monárquicos son taurinos ni todos los taurinos son monárquicos, pero el miércoles lo parecía. Fue llegar Don Juan Carlos al palco Real de Las Ventas y ponerse toda la Plaza en pie como un solo hombre. Me faltaron reflejos para cronometrar la duración del aplauso y por un momento pensé que estaba en la ópera, ese templo mágico donde las ovaciones no terminan nunca.
Terminada la ovación, el Monarca se sentó y el público volvió la cabeza al ruedo con lo que El Juli quedó a merced de un estrepitoso silencio. Comenzaba otra liturgia.

En Las Ventas lo mismo se aplaude a un Rey que se pita a un toro. Fue el caso del primero de El Juli, que sería recibido por parte del tendido 7 con el carrusel de sonidos que el protocolo taurino establece para mostrar la discrepancia.
El Juli brindó su primer toro al Rey, y Talavante hizo lo propio cuando le llegó el turno. Pero Fandiño no se anduvo por las ramas y pasó de brindis y otras cortesías. Él representaba tal vez la cuota republicana. El desplante dio lugar a una bronca en la andanada del 8. Yo, que tenía a mis gargantas profundas diseminadas por la Plaza, disparé el Whatsapp en dirección a Noelia Jiménez, que seguía la lidia desde el lugar de la discordia. «Dos viejos se están peleando a cuenta de Fandiño: menudo pollo», me contestó. O sea, el cuento de las dos Españas.
En el callejón, María Dolores de Cospedal se fumaba un puro (¿o era Jesús Posada quien se lo fumaba?). Más bien esto último. Cerca, Calamaro, con un aire sanferminero; Jaime de Marichalar y José María Cano. Ésa es otra. Cano presentaba en Las Ventas sus cuadros de tauromaquia, obras monocromáticas realizadas en cera sobre lienzo siguiendo la técnica encáustica. Frente a los imponentes cuadros del ex Mecano, una colección de trajes de Enrique Ponce (incluido un caprile fastuoso) a modo de paseo por la Historia.

Con estas muestras, el espacio de ocio y cultura del tendido 11 ha logrado que la Plaza tenga vida más allá de la hora de la corrida. Hasta de noche vienen los madrileños a escuchar música en vivo y beber mojitos arropados por la atmósfera húmeda que sube del desolladero.

Carmen Rigalt
El Mundo del domingo
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