Bajo el eterno poder de la canción inoxidable
Roque Casciero desde Bogotá
El Salmón se apoyó en una andanada de temas que ya forman parte de la memoria colectiva latinoamericana, y con ello puso en éxtasis a 30 mil personas.
Suena “Paloma” y las lágrimas corren por las mejillas de la chica colombiana, iluminadas por las luces del escenario. Los padres no la llamaron así por la canción, que no había sido escrita cuando ella nació, pero la tomó como su himno privado por ese asunto del nombre. Arriba del enorme tablado del festival Estéreo Picnic, el autor del tema, Andrés Calamaro, se deshace en muestras de afecto para un público que durante una hora y media lo hizo sentir casi casi en el Hipódromo de Buenos Aires. Los bogotanos cantan “Oe oe oe oe, Andrés, Andrés”, y lo único que falta es la “l” en el “olé” para que las distancias se desvanezcan. El poder de la canción radica allí: difícilmente, Paloma y sus compatriotas entiendan palabra por palabra de qué habla Calamaro en “Los chicos”, pero gritan sobre el cucumelo y el chico cuartetero como si hubieran visto a Rodrigo en Fantástico de Once.
Y si alguien sabe del poder de la canción, ése es Calamaro. El repaso de la lista que cantó y tocó en tierra colombiana sirve como confirmación, igual que revisar Jamón del medio y Pura sangre, sus recientes discos en vivo. Desde el comienzo con “Alta suciedad” hasta el adiós definitivo –tras besar el suelo del escenario, en una nueva devolución de afecto– con “Los chicos”, el Salmón encadenó canciones que a esta altura forman parte de la memoria colectiva latinoamericana. “A los ojos”, “Tuyo siempre” (en versión “cumbia colombiana”), “Loco”, “Mil horas”, “Mi enfermedad”, “Sin documentos” (con cita a “Rosa, Rosa”), “Flaca”, “Estadio azteca”, entre otros temazos, pusieron a casi treinta mil personas en éxtasis. Calamaro agradeció en varias ocasiones tanto cariño, pidió aplausos para su “cuadrilla” (los guitarristas Baltasar Comotto y Julián Kanevsky, el tecladista Germán Wiedemer, el bajista Mariano Domínguez y el baterista Sergio Verdinelli), bailó, hizo cantar a la multitud, se entregó él mismo al placer de la performance.
Una vez más, “Los chicos”: en el final de la canción, como siempre, las pantallas devolvían las imágenes de Luca Prodan, Pappo, Federico Moura, Osvaldo Pugliese, Luis Alberto Spinetta, Paco de Lucía y otros músicos fallecidos. La mayoría, seguramente muy poco familiares para el público colombiano. Pero la seguidilla de fotos terminó con la de Gustavo Cerati, al tiempo que Calamaro y su banda encaraban un fragmento de “De música ligera”. Otra vez, el poder de la canción trascendiendo distancias, tiempos y hasta existencias terrenales. Y la piel de gallina y la explosión de la multitud para confirmarlo todo.