Palacios de Arena
Se secó la fuente de palabras, con el año nuevo las inspiraciones se derrumbaron silenciosas como un palacio de arena se derrite con los golpes de la espuma del agua marina que las corrientes llevan hasta la orilla.
El último día del año llego con torrenciales lluvias y de milagro no sufrimos otra incomoda suspensión de los fluidos eléctricos…Con la horas del último día del año catorce (el del borracho para las quinielas y la interpretación de los sueños en el azar) termino de corregir estos textos, recuerdos, ficciones, aguafuertes y narraciones, que finalmente nos decidimos a llevar a la fuente de la imprenta.
Impacientes fueron años hasta decidirme a considerar posible este libro abandonado, nunca terminado.
Rodolfo Palacios fue mi permanente columna de paciente tutorial literaria cada vez que perdí la fe en las cualidades verdaderas de este conjunto laberíntico de textos, que interpretamos según los diarios íntimos franceses, que tienen tanto de íntimo como de universal. Estrictamente personal intransferible: lo que me dé la gana según esto llegue. Es mi vida que se invita a volar en paracaídas y vueltas; idas y vueltas por ochenta mundos en un día; restos de naufragios en barcos musicales, carabelas bandidas, aguafuertes toreras y existenciales. Mucho abarca y poco aprieta este libro. No sería nada sin la intervención de mi mentor Palacios, el especialista nacional de la narrativa delincuencial y psiquiatra del crimen. Sin recetas ni disolventes.
Elegí el último día del año para terminar un libro desde el primer párrafo. Les invito a leerlo como les dé la gana, desde la colorida variedad que propone el índice sumario, desde el principio hasta el final al azar de un libro que puede abrirse en cualquier página, sin orden cronológico. Para seguir. Elegí contar mi vida de esta forma, sin evacuar recuerdos de la infancia ni mostrarme como un forajido de noches interminables y guitarras eléctricas anunciadas con los huesos y la calavera de una bandera pirata.
Elegimos textos encontrados en forma de diarios íntimos, los corregí hasta esta tormenta en él último día del año. Encontré problemas en la redacción, en la construcción de las oraciones y la forma de presentar conceptos y personajes.
Ahora.
Este diluvio de proporciones apocalípticas me propone terminar el libro, caminar doscientos metros hasta las costas oceánicas (los bravos mares del sur), moldear palacios de arena en la orilla y caminar mar adentro con mi soledad a buscar poemas nuevos.
Entonces.
Dejó de llover. Se retiraron las nubes y volví a la playa para darme un último baño de agua salada, el último baño salado del borracho, el año catorce que se termina. Caño Catorce.
El mar entero y un único bañista, nadador solitario como aquel que llega nadando piscinas ajenas hasta llegar a ninguna parte y encontrar la casa vacía.
Isleño, casi siempre extranjero.
A veces estoy donde tengo que estar.
Paracaídas y vueltas te llevará conmigo al triángulo cafetero, a ver la virgen de las velas en Manila; a los presidios y a las despedidas, a los cumpleaños felices y al recuerdo que dejan en un hueco los amigos que ya no están. A los húmedos subsuelos de un siglo en pañales, al tibio consuelo de los recuerdos, al ruido de la puerta de la cárcel que se cierra detrás de ti. Ven y nos envolvemos en nuestras banderas, con nuestros colores…y nos suicidamos juntos en un horno de pizza mientras los palacios de arena se derrumban con la caricia de la espuma salada del mar.
31 de diciembre de 2014.
Andrés Calamaro