Artificiales Fuegos

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Artificiales Fuegos

El obelisco estaba radiante, cubierto de pantallas de ultima generación, literalmente forrado en ellas, emanaba alegres colores cambiantes, dejaba ver a glorias de nuestra cultura, saludaba el año nuevo o se fundía con la impresionante batería de fuegos artificiales importados de la China. Nunca se había visto así al centro de la ciudad; el nuevo gobierno había tomado debida nota de mi sugerencia de llamar Gardel y Le Pera a las avenidas Corrientes y Callao, las calles que separaban Gardel y Le Pera del obelisco eran un mar de gentes alegres y descomprimidas, aquello no tenia nada que envidiarle a la nochevieja en Manhattan pero las temperaturas eran cálidas, no demasiado calurosas, y todavía no empezaba a llover. Aunque ahora preferiríamos olvidar, el centro de la ciudad se había presentado festivo y poblado hace añares; en un pecado que la historia mancharía con realidad la población se volcó a celebrar los campeonatos mundiales de 1978 y 1979, este ultimo a un campeonato juvenil que el seleccionado sub-20 conquistó en Japón ya con Diego Maradona entre los players. Las celebraciones del mundial juvenil serán recordadas por ser herramienta para “de-mostrar” a una delegación de la Organización Mundial de los Derechos Humanos que Argentina era un país alegre y honrado.
Ya habían pasado muchos años de aquellas catarsis y tampoco se puede culpar a la población por salir a las calles y hacerlas propias en aquellos años, pero esto era completamente distinto; llegando desde cualquier polo de la Avenida Nueve de Julio (Constitución o Avenida del Libertador), desde Corrientes (desde las renombradas Gardel y Le Pera o desde el bajo), incluso considerando las diagonales como arterias comunicantes con el epicentro de las luces, los artificiales fuegos y la alegría de las gentes resultaba en un episodio frecuente en otras capitales pero completamente inédito en Buenos Aires. Las calles del centro habían cambiado con el tiempo, la avenida de los cines y los teatros, del tango y los cabaret elegantes, estaban sucias de hollín y despobladas, o pobladas por una jauría marginal; era frecuente ver a los humildes vestidos con harapos y amontonados en las dependencias de la pizzería de (ahora) Gardel y Le Pera, mendigando por los restos babeados de las porciones de pizza. Toda la antigua Avenida Corrientes era un mercado persa sin colorido alguno, sin el atractivo telúrico de lo que supongo que debe ser un Mercado Persa, o demasiado parecido considerando que Persia es el Líbano. Antiguos edificios elegantes estaban abandonados o lo parecían, gente sin hogar acampaba en los bajos de aquellos edificios que saludaban la nada desde sus ventanas rotas. Pero anoche, la ultima noche del año, todo se había transformado, la algarabía contagiaba a la población porteña que se había volcado a una caminata colorida y eufórica para saludar al año nuevo o despedir al año viejo; Gardel y Le Pera hacían honor a su nombre, la música se escuchaba sonando alta y clara desde la anteriormente conocida como (calle) Lavalle, ahora rebautizada como Aníbal Troilo, después de años de insistencia de un servidor y gracias a la muñeca política de la gente de cultura del flamante gobierno. En la antigua esquina de Callao y Corrientes las gentes emparejadas bailaban el tango con la gracia habitual, auténticos especialistas en el dos por cuatro que habían copado literalmente la calle para transformarla en una milonga del siglo 21. Llegar hasta el obelisco era francamente alucinante, los colores habían vuelto al centro neurálgico de Buenos Aires, el obelisco de LED brillaba con imágenes del gol a los ingleses, de los malabares de Messi, imágenes de Gardel coloreadas, nostálgicas imagenes 3D de Pappo, Lemmy, Los Ramones y otros símbolos patrios.
Abajo del puntiagudo monumento (en lo que creo que se llama Plaza de la Republica) se había instalado una formidable batería de fuegos artificiales que no tenia nada que envidiar a los de Londres o Dubái, la alegría de la gente era inédita. Horas atrás se habían instalado chiringuitos sirviendo cerveza a precios accesibles y bocadillos, las típicas empanadas salteñas y generosas porciones de Pan Dulce, la sidra gratuita regaba los gaznates noblemente y algunos llegaban con sus botellas de champaña individuales, bebiendo con sorbete como acostumbran las prostitutas de Rio de Janeiro.
En años anteriores, la luz brillaba por su ausencia, la tendencia era largarse de la ciudad según lo permitido por los presupuestos personales; quedarse en el patio mirando los fuegos artificiales de los vecinos, irse a las playas atlánticas, celebrar vestidos de blanco en Uruguay o recibir el año en los Estados Unidos. Ni una miserable lámpara iluminaba el esplendido Teatro Colón, el Obelisco estaba oscuro, ni siquiera la ocurrencia de alumbrarlo o tocarlo con un “Feliz Año Nuevo”; la gente escapaba del centro de la Ciudad, cansado testigo de épocas doradas para la música de orquestas, el cine, el teatro, la bohemia, la cultura y las caminatas celebrando las temperaturas agradables. Probablemente la llegada de un año, o el alivio de terminar agotadores 365 días, se saludaba con mayor energía en otros sitios en la ciudad, en Parque Rivadavia o en Palermo Viejo, pero el centro de toda la vida, las arterias que inspiraron mil tangos y milongas, resultaba gris, inquietante, triste y opaco. Hasta anoche.
Que espectáculo de luz y sonido, de música y artificiales fuegos, que envidiarían los londinenses o los neoyorquinos, lo que se perdieron los turistas que viajaron con la excusa de compartir fotos en internet o volver con bolsas llenas de ropa compradas con el nuevo dólar oficial. Corrientes y la Nueve de Julio parecían el centro del mundo, finalmente entendíamos para que servía el obelisco en punta; para reunirnos a todos alucinando con el show de los fuegos, las luces, las imágenes emotivas, la música, la alegría de compartir una sidra helada con propios y extraños. La ciudad misma era un espectáculo y nadie quería perdérselo. Y que decir de la celebración al tango eterno que era la recientemente bautizada intersección de Gardel y Le Pera, antes Corrientes y Callao, adornada con guirnaldas electrónicas y con los mejores tangos sonando en 5.1 desde los cuatro puntos cardinales de la esquina; sonido llegando desde la calle Troilo (ex Lavalle), bandoneones bajando por Callao, violines llegando desde el Once resplandeciente de culturas, y gente “paqueta” uniéndose a la alegría popular en la esquina del tango multicolor, para después peregrinar con alucinada sonrisa, hasta la gran fiesta de los fuegos artificiales.

Samuel Sardinas