Habemus disco …
Texto: JUANJO ORDÁS.
La etiqueta de “Grabaciones encontradas” caía en los discos de Andrés Calamaro que solían aportar a su discografía material rebañado, inconexo pero valioso. Las “Romaphonic sessions” se presentan como el tercer volumen de la serie y comparte la valía, pureza y espontaneidad de los dos anteriores, pero aquí hablamos de un trabajo muy concreto y centrado. Se trata de una colección de temas propios y ajenos, grabados con la única compañía del piano de Germán Wiedemer, con la idea de presentarlos a la banda y prepararse para telonear a Dylan. Pero lo que era un ejercicio ha resultado ser una obra con fundamento.
Sería fácil decir que no es un disco para todo el mundo, que solo va destinado a los seguidores más “hardcore” de Calamaro, pero no es cierto. Aquí hay canto, piano y sensibilidad. No se puede ser más universal. Una obra no puede ser más popular. A Andrés le sobra estilo y “savoire faire” para hacer este tipo de discos, porque se trata de eso. Hay técnica, claro, pero lo que supuran estas sesiones es estilo. Es un disco de pocos hits y cualidades que describir. Es real, espontáneo, surgido de la nada para abrazar el todo. Solo dos músicos en una oficina, trabajando el arte de la canción. No hacía falta más y no cabe duda de que este resultado mágico solo podía haberse capturado en ese momento y no en ningún otro. Evidentemente, hay hits de su repertorio: ahí están ‘Mi enfermedad’, ‘Los aviones’, ‘Siete segundos’ (enroscada con ‘El día que me quieras’) y ‘Paloma’, pero también redenciones y rendiciones a clásicos (‘Absurdo’, ‘Soledad’) e innovadores dentro de la tradición (hermosísima ‘Milonga del trovador’). Hay nombres dorados como los de Virgilio y Homero Expósito, Piazzola y Gardel y, por supuesto, Litto Nebbia, con una ‘Nueva zamba para mi tierra’ que no debería resultar extraña a los seguidores de Calamaro.
Las “Romaphonic sessions” suponen un capítulo importante en la madurez de un músico como pocos ha conocido el mundo. Un disco para atardeceres y noches.