la Capital de Rosario
Desde hace años, Andrés Calamaro sólo da notas a través de email (al menos en Argentina). Esto es una limitación para el periodista, que no puede repreguntar ni medir el pulso de la charla, pero uno lo deja pasar porque sabe que hay altas probabilidades de que sea un placer leer las respuestas de AC. Calamaro escribe mejor que varios periodistas y/o autoproclamados escritores. No escribe como un letrista. Ese es otro registro. Escribe como un músico que tiene un background cultural afilado y décadas de vivencias intensas, una combinación de la que pueden presumir poquísimos (casi nadie).
Cualquier excusa es buena para un intercambio virtual con El Salmón, aunque esta vez el motivo es muy puntual. Calamaro acaba de regresar con un flamante disco, “Cargar la suerte”, el primero con canciones nuevas desde “Bohemio” (2013). El título es una expresión propia de la tauromaquia, que se traduce como “poner el cuerpo y asumir riesgos”. El álbum se grabó en Los Angeles con el productor Gustavo Borner (que ganó 15 Grammys y trabajó con artistas como Plácido Domingo y Phil Collins), el pianista Germán Wiedemer (gran coequiper musical de Andrés) y un combo de 11 sesionistas que incluyó al batero Aaron Sterling y a los guitarristas Rich Hinman y Mark Goldenberg. El resultado es un disco de costura hi fi, contundente y preciso, que algunos comparan en sus formas con el exitoso “Alta suciedad” (1997). Hay un estimulante regreso a las guitarras, canciones que seguramente resonarán por años y letras que hablan de despedidas, declaraciones de principios, ternura y confesiones varias.
El autor de “Crímenes perfectos” y “Paloma” contestó a Escenario sobre la génesis de “Cargar la suerte”, la música como obsesión, las épocas de excesos, el estado actual del rock y la crisis del país. Sus múltiples paréntesis, comillas y puntos suspensivos fueron respetados.
—”Cargar la suerte” se grabó en Los Angeles con un equipo de lujo, sonido hi fi y mucho pedal steel. ¿Lo craneaste así desde un principio?
—Los demos estaban bien presentados, demos con buen sonido y guitarras de Martín Pomares. Tampoco grabamos las maquetas con músicos en un estudio. Fuimos, eso si, con los arreglos bien escritos para los bronces y las cuerdas, pero la interpretación de los músicos fue propia y personal. Cada uno ofrece un “credo musical” y nosotros estamos encantados con eso. Grabamos el pedal steel porque estaba Rich (Hinman), que es un especialista. El disco “previo” lo presentamos con Germán (Wiedemer) y llegamos a Los Angeles como soldados al servicio de la grabación de Gustavo (Borner). A principios de año tenía nada más que letras. Con Germán terminamos las canciones en versiones “provisionales” que inspiraron a Gustavo, y él después organizó esta grabación espléndida en pocos meses…
—¿Qué discos, películas, libros o recuerdos fueron influencia en la composición?
—Hay que preguntarle eso a Germán. Sinceramente no sé que música escucha Germán cuando no está tocando el piano. A mí me había gustado el disco póstumo de Gregg Allman, grabado en Nashville… Tampoco voy a volcar toda la música que escucho en mi propio disco, no tengo la habilidad de escuchar discos para replicar ideas, lo que se conoce como el “método británico”. Algunos episodios llaman mi atención y me disparan textos que no siempre terminan siendo canciones en un disco: el Antiguo Testamento (es como mirar durante horas una foto vieja de Marruecos), el uso indiscriminado de anfetaminas sintéticas en la Segunda Guerra Mundial… También escribo letras influido por la música en las palabras, la métrica. Son canciones con “cadencia incorporada” que dan forma a los versos y las sílabas. Escribí rancheras que no grabamos como rancheras, y alguna milonga criolla que no grabamos como milonga. No trabajo con influencias porque me falta voluntad. Realmente me gustaría grabar discos que suenen como los discos que escucho. Pero son cincuenta discos posibles y algunos están fuera de mis posibles alcances.
—Hay temas como “Falso LV” y “Adán rechaza” que confirman tu ADN rockero. ¿Alguna vez pensaste hacer un disco solista sólo en ese sentido, con guitarras bien al frente y letras críticas en un tono burlón?
—Podría hacerte una lista de los discos que me gustaría grabar y sería una guía telefónica. Claro que pensé en discos más pesados, minimalistas, “brutalistas”, de fusión colombiana, de salsa dura… Mi radar musical al rojo vivo! Escucho mucha música y casi todos los discos tienen algo interesante de lo que me gustaría poder “apropiarme”. No sé si corresponde pensar en voz alta en todos los artistas que me resultan envidiables y ejemplares. Casi siempre intento grabar buenos discos “de Calamaro” (!!), pero hice otras cosas como los dos mil mash up en Soundcloud o “El Salmón”. Me siento más cerca de Sun Ra que de Tom Petty… Tengo muchos discos en mente… Escucho música todo el día y de noche escucho música también. Sólo interrumpo esta liturgia cuando ensayamos o grabamos.
—En “Diego Armando Canciones” decís que estás “harto de pagar peaje” y pedís “más respeto”. Sin embargo sos uno de los músicos con mejores críticas del país, y muchos periodistas te adoran. ¿Las líneas de esa canción apuntan a un sector en particular?
—Internet, ese cerebro colectivo… La costumbre de opinarlo todo, de contar lo que estamos comiendo, de compartir fotos del asado. Un “tic nervioso” digital es pronunciarse en desacuerdo con algo para subrayar una cierta autoestima o demostrar carácter. Y criticarme, en algunos círculos, es demostración de cierto status de oyente exigente. Ya es normal leer a alguien diciendo que “odia” a algún músico o intérprete. Tanto entre eruditos como entre espontáneos prefiero evitar agrias discusiones. Evitar el mal humor es una forma de acceder a una felicidad posible.
—Ahora vivís solo y admitiste que tenés una vida más metódica y ordenada. ¿Eso influyó en la composición del disco? ¿Cómo es tu ritmo de trabajo en la actualidad?
—Mis métodos, como mi orden, son los míos propios; dudo que estén homologados como funcionales para otros hogares o personas. Digamos que, ahora mismo, no tengo un “método” para hacer música, ni frecuencia para grabar en mi casa. Es posible que vivir solo haya influido en mi buen humor y en mi frecuencia escribiendo letras. Sin interferencias en los estados de ánimo. Ahora debería estar pendiente de una grabación que hicimos para el cine, tratar de terminar el primer número de la revista que hicimos con Rodolfo Palacios y el libro de fotos con Jaime Urrutia, además de volver al entrenamiento después de dos semanas volcado al estreno del disco. No me atrevo a llamar a mi vida “metódica y ordenada”, sólo estoy descansando! No sé si descanso después del trabajo hecho o antes de lo que está por hacerse. De momento vamos a armar un asado con los amigos para dar el solemne puntapié inicial de la temporada de calor y parrillas.
—¿Te pasaron factura aquellas largas noches haciendo música, en la época del Salmón? ¿Cómo ves en perspectiva aquellos años?
—Son dos preguntas. Es posible que aquellas maratones de días, meses y años hayan deteriorado mi psiquis o mi salud, pero yo no me doy cuenta. No es un detalle menor. De momento me encuentro bien pero no “completamente funcional”. En perspectiva aquellos años fueron poderosos, emocionantes y muy creativos; llegué a dominar técnicas insólitas en los instrumentos, la interpretación y la grabación. Aquello fue un exceso de libertad ilimitada. Volví a pisar ese “palito” dos veces más… Y desengancharse cuesta bastante en voluntad y tratamientos. Ahora mismo no me imagino retomando aquellos hábitos ni con los Rolling Stones. Casi seguro que no. Pero me niego a arrepentirme de nada. Acaso sí de haber hablado demasiado y delante de personas que no respetaron el secretismo de conversar con alguien que está “como un bonete”…
—Seguís activo en Twitter pero ya no te enredás en grandes discusiones ni peleas. ¿Creés que aprendiste las reglas de juego de las redes o simplemente ya no le das importancia?
—Nunca aprendí a comportarme en internet. En las distancias cortas soy cordial, un buen anfitrión, un conversador autodidacta… Mi actividad en internet es promover más oyentes para mi audición de radio en FM La Patriada. Pero soy un pésimo gestor de redes sociales afortunadamente. “Diego Armando Canciones” va de eso: evitar discusiones estériles con desconocidos. Puedo vivir de buen humor, contestar con amabilidad a todo… Cuando una buena causa me necesite en el llano, voy a estar. Mientras tanto mi militancia combativa es cantar y grabar discos.
—Algunos críticos afirman que el rock está en crisis, que no aparecen nuevos referentes y que los más jóvenes conectan con otros géneros, como el hip hop o el reggaeton. ¿Estás de acuerdo con esa visión? ¿Hay bandas o solistas nuevos que te conmuevan?
—Aparecen bandas y artistas nuevos todo el tiempo y en todo el mundo. No tengo nada en contra del reggaeton, al contrario. La idea de un “crossover latino” con el hip hop me gusta. El rock ya estaba en crisis cuando Elvis interrumpió sus grabaciones de rock para filmar películas en Hollywood, aunque “King Creole” es una gran película… Según Homero Simpson el rock termina en 1974! Este año estudié bastante música colombiana, brasileña y post rock. Puedo nombrar algunos artistas interesantes que están en mi radar: Galeano en Colombia, el Dub de las Gaitas de San Jacinto, La Lá del Perú, (Maxi) Prietto, Shaman, Lambchop, Connan Mockasin, Chris Dave, Thundercat, Rosalía, Tyler (The Creator)… Creo que podemos descubrir un artista nuevo cada día y nombrarlo.
—La Argentina cayó otra vez en una de sus crisis económicas cíclicas. Hay una gran recesión y en este panorama cuesta más vender discos o tickets para shows. ¿De qué manera te afecta esta realidad? ¿Cómo viviste en el pasado otras crisis, como las del 89 y 2001?
—Desafortunadamente, recuerdo varias situaciones como esta que sufrimos ahora. Creo que la primer recesión que recuerdo es la del ministro Celestino Rodrigo, que llegó al ministerio en subte, oportunamente retratado por la revista Gente. De ahí en adelante… La “tablita” fue un momento severo y mucha gente quedó con el culo al aire. Y lo del 89 fue un delirio. Estábamos grabando y nos quedábamos a oscuras en el hermético estudio de grabación. Algunos músicos entraban en trance. Los cigarrillos se compraban de a uno… El 2001 fue serio. Parecía una ciudad en la post guerra (Nota al margen: Las calles de Buenos Aires, cuando las horas bajan, parecen un escenario post nuclear zombie con sombras mendigando por el borde babeado de una porción de pizza)… El 2001… Ver florecer actividades propias de la economía sumergida: el delito, la prostitución y la cocaína. En aquel momento ese escenario apocalíptico fue mi “infierno encantador”. Hoy es así: Los discos ya eran caros y ahora cuestan el triple. No puedo evitar pensar en el precio de las cuerdas de bajo. Y ni hablar de buenas guitarras o sofisticados equipos de audio que ahora se traducen en fortunas. Nos acostumbran a pensar en dólares y de repente entramos en una pendiente que nadie entiende ni consigue explicarse… Me afecta el destino de un pueblo sacrificado que tiene que comer, calentarse en invierno y ofrecer una educación a los hijos. El consumo cultural resulta en artículos de lujo y se descarta primero. Aunque nunca vamos a renunciar a los teléfonos (por algo se llaman Smart Phones). Los teléfonos inteligentes son tan inteligentes que van a sobrevivir a la crisis.